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Charlie Hebdo: La condena y sus “peros

 

 

Por Conrado Yasenza*

A Alejandro Kaufman y Horacio González

 

Una conversación ilumina, siempre depende del interlocutor, claro. Entonces, y es lo último que voy a decir y escribir sobre la masacre de Charlie Hebdo, no valen los "peros" en el repudio hacia la matanza de los dibujantes de la revista francesa porque ese pero (que se disfraza de contextualización) lo avala o la convalida. Es una masacre, han asesinado a colegas, a dibujantes, a compañeros que vienen de la experiencia del Mayo francés, de la condena a todo tipo de expresión racista y xenófoba; han masacrado a otros seres humanos. Y si los colegas, si esos seres que tenían una vida, compromisos intelectuales, experiencias profesionales y comerciales, no remitieran a afinidades ideológicas, tampoco valdría el “pero”. Porque se trata de asesinatos y de un futuro complicado, muy complejo, para decir y escribir en un mundo globalizado. Pienso en "Adiós al lenguaje", donde Godard, a través de una voz en off, dice en lo que será el único texto largo del film, que en 1933 nació la televisión y que Hitler subió al poder en Alemania. En tiempos en donde se habla mucho de "batalla cultural" Godard parece decirnos que el nazismo perdió la guerra pero ganó la batalla cultural a través de la instauración del totalitarismo de las imágenes y de la captura y producción de esas imágenes a través de las "usinas" culturales.

 

Y un texto, una reflexión o un artículo periodístico, puede lograr inquietarnos en la propuesta de pensar realidades complejas.  Horacio González lo ha hecho, una vez más, con su texto “Occidente y las imágenes” publicado en Página 12 (11-1-2015) González dialoga con los hechos,  con el periodismo, con las ciencias sociales, siempre tensando el pensamiento, proponiendo ir más allá. Luego de leerlo, el efecto es similar al de una piedra arrojada sobre una superficie aparentemente clara: Los círculos u ondas concéntricas que ese pensamiento genera, no clausuran la experiencia y la reflexión. Me quedo pensando en aquello de la modernidad como cultura productora de imágenes que representan el mundo. Podría referirse a la anulación o fin del lenguaje, de la palabra escrita, de la lengua y sus posibilidades de expansión. Quizás ese adiós al lenguaje sea lo que se intenta poner en discusión: Esa fractura que la modernidad impuso y que la postmodernidad hizo suya y elaboró, teorizó, como una idea del lenguaje productor de clips, de imágenes universales construidas a partir de fragmentos, de sonidos fracturados, de diálogos intercalados y entrecortados.  A la apropiación de profundas corrientes de espiritualidad y pensamiento, que en la era de la producción efectiva de imágenes que alimentan la maquinaria mundial de las telecomunicaciones,  quedan reducidas a la anulación del lenguaje y el pensamiento como si se tratase de un objetivo " militar"; imágenes, clips, diálogos espasmódicos que pueden estar al servicio de quien tenga más poder y dinero para implementar una artillería de muerte real que, a su vez, pueda ser transmitida como lenguaje comunicacional inmediato hacia un mundo que ama el pensamiento reduccionista; un lenguaje subsidiario del capitalismo tecnológico y su matriz de financierización y plusvalía.

 

Sin entrar en dicotomías que aludan a apocalípticos e integrados – aunque Humberto Eco haya caído en la trampa del “choque de culturas” – esas producciones visuales, que jibarizan las complejidades de un mundo de hegemonías mundiales, suponen el triunfo como límite que las comunicaciones y el lenguaje audiovisual le imponen, desde allí y hasta hoy, al pensamiento.

 

Entonces y para retomar, surge un delicado problema que atañe al arco comunicacional y sus posibilidades de reacción cuando los hechos – otra vez, los hechos – deben ser repudiados. La condena que se lee y escucha es una condena timorata que repudia y rápidamente apela a relativizar el repudio usando el “pero”. El asesinato es repudiable pero hay otros asesinatos que no se ponen en perspectiva. ¿Cómo qué no? Siempre se contextualiza cuando se piensa o se escribe. Por otra parte todo es atribuible al contexto, o al universo de conspiraciones e intrigas internacionales o infiltraciones periodísticas. ¿Es un mundo de infiltraciones? Es posible, puede que sea una realidad que torna irrespirable el ámbito de la comunicación y de la vida misma. Pero lo que ocurre es que ese “pero" viene a legitimar un universo de imágenes y textos simplificados que se ofertan - o se producen desde- a quien posea la mejor artillería, el mejor poder de fuego para matar. Ese pero que morigera la condena es una operación gramatical que anula el poder de condena hacia un hecho aberrante como lo es la matanza de diecisiete personas, entre ellos, periodistas. Es ese “pero” social, colectivo y comunicacional, el que podría aceptar la censura de una revista como Barcelona, por poner un ejemplo. Es el pero que pudo haber censurado y dejado sin trabajo a Gustavo Sala por sus dibujos.  Se puede discutir o no acordar con Sala, Barcelona o quien sea; lo que no puede es obturarse la posibilidad de que esas expresiones existan. Cito parte de un texto de Alejandro Kaufman, “Sobre algunos vicarios de Muhammad”, escrito en 2006 (el año de su escritura produce escozor hoy en día, ya que podría no agregarse nada más): “Las caricaturas danesas tuvieron esas características: conceptualmente estaban elaboradas en términos ofensivos. Sin embargo, la “ofensa” resulta la condición misma de posibilidad de la caricatura, y la caricatura, de la libertad de expresión. Y la libertad de expresión, un mito de la ilustración y la modernidad que carece de eficacia para garantizar los valores emancipatorios, pero cuya sustancia se verifica cuando es vulnerada por la censura y la violencia. No conocemos un mundo en el que la libertad de expresión tenga lugar. Suponer que las llamadas democracias de Europa y los Estados Unidos encarnan ese mundo es un modo del conformismo. Sin embargo, sabemos también que negar el valor de esa débil fuerza que constituye una libertad de expresión abstracta e irrealizable sólo nos arrojará a un mundo aún peor.” 

 

En definitiva,  y ya que no hay nada más que agregar, ese "pero" condiciona también la posibilidad del repudio ante la muerte.

 

 

*Periodista. Director de la Revista de Cultura y Política La Tecl@ Eñe

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