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Taquilla y polémica en el cine

 

Gracias a Miradas al Sur y a Julieta Mortati por reproducir fragmentos de mi nota acerca de la película Relatos Salvajes.

Pasadas las tres semanas de su estreno, la película de Damián Szifron ya superó el millón de espectadores y sigue cosechando fanáticos, detractores y hasta lecturas entre líneas. Ecos de un debate que no para de crecer.

Julieta Mortati

Un hombre que en un ataque de furia estrella un avión en el que se encargó de hacer subir a bordo a todas las personas que alguna vez odió. Una señora que apuñala a un candidato a intendente corrupto. Pobres y ricos agarrándose a trompadas. Otro hombre que incendia el parque de estacionamiento del acarreo cuando la grúa se llevó su auto. Un matrimonio que trata de encubrir ante la justicia la culpabilidad de su hijo, que atropella y mata a una embarazada mientras los abogados hacen sus arreglos millonarios por fuera de las cámaras. Y una novia que, en su fiesta de casamiento, se entera de que el novio la engaña con una de las invitadas. En seis relatos, la película Relatos salvajes, de Damián Szifron, maximiza en la pantalla las fantasías más primitivas que se le puede ocurrir a cualquier persona en un ataque de furia. Szifron las muestra simples, como las pudo haber pensado cualquier mortal en el primer arranque fuera de sus cabales. El cineasta Nicolás Prividera describe muy bien la característica general de estos episodios en su artículo “La crispación del relato”, publicado en el blog Con los ojos abiertos, el sitio de cine del crítico Roger  

Koza en el que se debate también esta polémica: “Son cuentos morales más que cuentos crueles porque su incorrección no está dirigida a incomodar sino a reafirmar las certezas. Por eso su potencia, narrativa y formal, se basa en el mero y llano efectismo: se trata de un cine que gestiona sus recursos con tanta efectividad como poca sutileza”. Hay quienes consideran que el principal problema de la película es que haya sido considerada para competir en el Festival de Cannes, ya que esperan que las seleccionadas formen una apuesta mucho más riesgosa. Y hay quienes la consideran una película francamente divertida. Hay quienes adscriben a la visión marxista que critica el arte como un mero entretenimiento. Y hay quienes festejan que esta película rescate el divertimento en toda su dimensión: las salas se llenan, el pochoclo en balde y el aplauso final acorde con la sonrisa. No está de más considerar que todos esos “quienes”, de uno y otro lados del debate, son parte de esa mayoría que hace que los programas más vistos en la televisión sean los noticieros con toda su carga de violencia. La cuestión es que la película instaló la polémica ya desde antes de su estreno cuando Szifron fue invitado a almorzar en cámara con Mirtha Legrand. Mientras los comensales debatían sobre el tema de la inseguridad, Szifron dio su opinión: “Yo, si hubiese nacido muy pobre, en condiciones infrahumanas, si no tuviera las necesidades básicas cubiertas, creo que sería delincuente más que albañil”. La mesa, más su audiencia, estalló. Las reacciones llegaron desde todos lados y hasta hizo que un dirigente macrista, Pedro Benegas, denunciara al cineasta por apología del delito. Szifron salió a aclarar los dichos mediante una carta pública: “Un ladrón no nace ladrón. Pero el entorno define nuestra personalidad y altera nuestro comportamiento. Los seres humanos no reaccionamos igual frente a los mismos estímulos. Y en un contexto de desigualdad creciente hay quien se resiste a aceptar el lugar que le tocó: lo intuye injusto, hostil, se indigna ante la feroz diferencia de oportunidades y se carga de resentimiento. Creo que ese resentimiento, fogoneado por la ostentación permanente de los bienes de consumo como vehículos para la felicidad y potenciado por los efectos alienantes de algunas drogas, a diario produce que alguien robe y mate”. Ahora bien, Relatos salvajes, ¿podría ser una película de la época kirchnerista? El poeta y escritorMartín Rodríguez publicó en el blog Panamá Revista una interesante reflexión en la que se pregunta sobre cuáles son las películas de esta época, es decir, “las películas zeitgeist, capaces de captar la época, el espíritu del tiempo, que no son exactamente una ficción sobre los gobiernos sino más bien cajas de resonancia de mutaciones y cambios sociales para los que existen reflejos artísticos/políticos lúcidos”. Y describe el cine de la época: “Encontramos una continuidad en la línea del revisionismo histórico en ficciones que indagaron sobre los años ’70 y la dictadura (Iluminados por el fuego, Crónica de una fuga, Infancia clandestina y El secreto de sus ojos), pero poca ficción que meta algún dedo en la llaga del presente”. Rescata Géminis, de Albertina Carri; Derecho de familia, de Daniel Burman; El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, y El estudiante, de Santiago Mitre. En este sentido, para Rodríguez, “estos seis relatos no permiten otra contabilidad política en las referencias que usa. Cada historia es violenta (aunque la palabra que usa es salvaje) y trama un imposible: la sociabilidad. ¿Cuál es el mensaje de Relatos salvajes? La sociedad está rota. La sociedad es una lucha de clases, pero cuerpo a cuerpo. Es una lucha entre átomos que no construyen el motor de la Historia sino, apenas, las versiones desmembradas, las razones personales, íntimas, absurdas, paranoicas, de por qué ‘vivir en sociedad’ no cierra, no termina de cuajar”. Lo malo de la película es cuando se pone demasiado explícita y aparece mencionada la “inseguridad” sin sentido como en el memorable capítulo protagonizado por una adorable Erica Rivas fuera de sí, bajo la probable intuición de que eso es lo que el público está acostumbrado a escuchar y haya que dárselo como una droga. Para Koza, “la película de Szifron absorbe un clima de época y lo transforma en combustible. Es un film crispado. El episodio de Darín (que prende fuego el estacionamiento) funcionará entre nuestros compatriotas como una catarsis colectiva. El pragmatismo justiciero de Szifron ya tiene sus fans. La pregunta es si estamos frente a una gran película o no. Por momentos, Relatos salvajes parece un conjunto de cortometrajes unidos por un hilo conceptual; si no fuera por su espectacularidad ostensible, podría pensarse en sketches televisivos simulados como cine. Un oído atento a los diálogos detectará de inmediato el artificio. El trazo con el que Szifron pinta a todos sus personajes es sociológicamente demasiado grueso, y la grosería gratuita asoma sin escrúpulos. Se dirá entonces, a modo de apología encubierta, que estamos frente a un film de género, como si esa presunta filiación habilitara una suspensión moral y política de la estética. Pero las grandes películas de género, no deberíamos olvidarlo, siempre aportan un balance casi imperceptible entre las cualidades morales de sus personajes. Por otra parte, ¿es Relatos salvajes realmente una película de género?”. La cosa es que lo único tierno del film sobre lo que nadie duda son los créditos en los que los nombres del casting aparecen acompañados de diversos animalitos de la selva. El de Szifrón es el de un zorro. Con todo lo que esto quiera o no quiera decir. Alrededor de la idea de “ficción kirchnerista” El periodista Conrado Yasenza, director de la revista digital La Tecl@Eñe y responsable del blog El Barullo, escribió sobre la película y, especialmente, se dispuso a reflexionar y responder a la opinión de Martín Rodríguez. Aquí, algunos párrafos salientes de su texto. “Películas anteriores como las de Albertina Carri (Los rubios, 2003) y Santiago Mitre (El estudiante, 2011) podrían ser interpretadas como intentos de construcción de sentidos políticos que dejen constancia de una época, en un caso, desde el documental que reformula los postulados del documental político (Los rubios) y plantea el dilema de un pueblo que se busca pero que no está, y en otro, el de la ficción (El Estudiante) donde se retrata un universo acotado (el mundo de la rosca política en las disputas por espacios de poder dentro de las facultades) pero que simboliza ese pasaje necesario como trampolín que facilitará el salto a la vida política pero ya en el campo de los ‘grandes escenarios’ nacionales. En todo caso se trataría de construir o ficcionalizar la idea de pueblo allí donde el pueblo no está. Deleuze escribió, con relación al debate cine político-cine moderno: ‘Resnais, los Straub, son innegablemente los más grandes cineastas políticos de Occidente en el cine moderno. Pero, curiosamente, no es por la presencia del pueblo, sino, al contrario, porque saben mostrar que el pueblo es lo que falta, lo que no está’. (…) Pero así y todo, no logro, quizás por la invisibilización de los bordes en las costuras entre cine y política en estos tiempos, unir la idea que desarrolla Martín Rodríguez sobre la noción referida anteriormente: la película hace kirchnerismo, describe una época, ficcionaliza el relato kirchnerista. No logro interpretar cómo la ficción interpela y representa un clima de época en el que un ordenamiento político nos desea infelices, desmembrados, quebrados o intensos. No logro establecer los puentes entre la tensión salvaje de seres que han sido humillados, vulnerados, estigmatizados o engañados en sus universos personales, con la construcción de una épica que hace de la memoria y de la pertenencia a una organicidad político-partidaria, la apelación rememorativa a aquel pueblo organizado y militante, como lo ha propuesto el kirchnerismo. Tal vez se pueda avizorar algo de ello en la extrema tensión que viven los personajes de la historia representada por Leonardo Sbaraglia, ese personaje típicamente menemista que verbaliza desde su superioridad económica el arquetipo de la crispación, el ‘negro de mierda’. Pero vuelvo al comentario y posterior nota de Martín Rodríguez: ¿se refiere Martín al clima social que remite a la tipificación cuasi sociológica de crispación, de clima de tensión social en medios, en discusiones, familias, amistades? Digamos, ¿la microcrispación cotidiana que se fogonea desde medios y estructuras políticas? “¿Se refiere a una suerte de violencia contenida ante las contradicciones aparentemente solapadas entre clases/capas que se inflama ante la cercanía del más tenue calor conversacional? “No logro progresar en la idea de un Estado energúmeno que imita las conductas de jacobinos invocando su derecho a un día de furia. “Ahora, lo que sí pude ver (lo expreso con humildad, tratando de entender una muy interesante idea) en la narración, es cómo flota esa latencia que hace chocar de frente los intentos de promover una organicidad política donde el Estado y sus herramientas provoquen a los individuos a la resolución de conflictos que el mismo Estado propone como desafíos colectivos. (…) Allí sí lo intenso, lo salvaje, lo desmembrado; la acción individual sobre la resolución colectiva. Una alarma que suena y no nos deja seguir en el sueño aletargado por el cual creemos que los noventa, el neoliberalismo y su ferocidad, su salvajismo, han sido dejados atrás. ¡Un alerta! Y allí el desafío hacia el kirchnerismo, es decir, la intensa labor de persuadir para lograr la consolidación y profundización de un proyecto político que busca, no sin contradicciones, un zeitgeist aún dentro de los límites del capitalismo y su versión salvaje, la globalización financiera. (…) Tal vez el cruce de interpretaciones nos ofrezca la posibilidad de pensar cómo se ficcionaliza la voz de la justicia y la verdad, la del autoritarismo y la complicidad con el poder; la voz individual con la colectiva”.

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