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Gustavo "Cuchi" Leguizamón:

El filósofo de los sonidos, el mito y el humor.

5 de junio de 2006






























Por Liliana Herrero


"Si uno pudiera liberarse de la memoria quizá sería posible vivir como los pájaros y también morir como ellos, convertir a la muerte en un hecho natural, en una mansa entrega a la tierra. Pero yo tengo mi mente perjudicada por la filosofía; me resulta imposible dejar de pensar en las cosas que dejo o los que necesitan de mí, y me cuesta aceptar que después de todo la muerte es una aventura hermosa. Siempre me acuerdo de una copla de Castilla que decía: Cuando la muerte venga no le ei de poner asiento/ así no vuelve a venir/ y le sirve de escarmiento.? Estas son palabras de Leguizamón. En alguna de las tantas entrevistas que le realizaron, dejó deslizar estos pensamientos y muchos otros que revelan inmediatamente el complejo mundo cultural y musical de este hombre. Siempre con su oído alerta a los sonidos de la naturaleza, a las voces ancestrales como las de la Eulogia Tapia, quien sin saberlo, cedió su nombre a una de las zambas más conocidas del músico-precisamente La Pomeña- y a las aventuras musicales contemporáneas (como Schoënberg y Erik Satie). Leguizamón fue uno de los esfuerzos intelectuales y artísticos más interesantes de este país por conjugar las viejas culturas, -aquellos espectros de la tierra- y las vanguardias musicales.
Este salteño nacido el 29 de Septiembre de 1917 se colocó en medio del mito de viejas culturas y la más moderna poesía de la soledad. Con sus músicas, tejió un universo de sonidos y de melodías absolutamente novedoso en el cual las voces antiguas entraban en diálogo amoroso y artístico con la sonoridad universal. El Cuchi, tal es su apodo y por medio del cual se lo conoce, fue un filósofo de los sonidos, del mito y del humor.
Ante su obra, queda siempre la sensación que el folklore, si bien tiene sonidos lejanos, infinitamente arcaicos, respira, al mismo tiempo, la complejidad del mundo presente. Había una suerte de ecos del surrealismo en sus conversaciones, en sus formas de vivir en donde una humorada interrumpía siempre la lógica de las acciones y la superficie esmaltada del mundo. Efectivamente carcajada, diablura, coqueteo con la muerte y desvelo filosófico por el paso del tiempo quizás sean los elementos que lo contengan, lo constituyan y nos ayuden a comprender algo de él.
El periodista tucumano Roberto Espinosa le ha realizado numerosas entrevistas; en una de las últimas lo describe "sentado en su sillón, agitando el tiempo en un gesto e intentando recordar viejos acordes. La bolsa de los años se le ha subido al hombro. El Cuchi confiesa con dolorosa ironía que se ha olvidado de tocar el piano y luego de un silencio, agrega que está dispuesto a aprender de nuevo". A partir de 1994 Leguizamón padece una afección cerebral que le provoca la pérdida total de la memoria, hasta el punto que él mismo no sabe quién es, hasta el final de sus días que ocurre el 27 de septiembre del 2000.
Es muy escasa la bibliografía sobre Leguizamón así como también su discografía. Existen numerosas entrevistas realizadas en diarios que han sabido darle la importancia y la jerarquía artística al hombre que, desde Salta, revolucionó la música folklórica. De ellas es necesario recordar las que le ha realizado el periodista Roberto Espinosa del diario La Gaceta de Tucumán aunque no todas han sido publicadas por el entrevistador. Otra larga conversación con el compositor está registrada en el libro de Humberto Echechurre del año 1955 que se llama "A solas con el Cuchi Leguizamón?.
En relación a su discografía es mínimo lo que se ha grabado pese a la abundante obra que realizó entre los años 1954 y 1991. Existe una grabación de un concierto realizado en el Auditorio de la Asociación Médica de Rosario en 1984, editada luego por el Sello Melopea del músico Litto Nebbia y una antigua grabación en la que se lo registra cantando y acompañándose con la guitarra, absolutamente inconseguible. Como es público, dos de sus hijos afincados en Buenos Aires, el antropólogo Juan Martín Leguizamón y el psicoanalista Delfín Leguizamón, están realizando una intensa tarea de recuperación de grabaciones musicales y de entrevistas con el propósito de una publicación completa. Esta tarea es sumamente valiosa puesto que Leguizamón realizó por ejemplo durante tres días en 1987 sucesivos conciertos en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín de Buenos Aires y todos ellos fueron grabados, de manera que la recuperación de ese material podrá dar testimonio de muchas canciones que nunca quedaron grabadas siendo ejecutadas por el propio autor.
La música para Leguizamón tiene una dimensión eminentemente vital y alegre, es el horizonte necesario en el que la vida debe vivirse, es algo que no le alcanza para vivir pero que le hace vivir. El paisaje constituye el elemento primordial, incluso llega a formular esa frase socarrona no podemos ser empleados públicos del paisaje. El Cuchi le escribe a su paisaje, se inspira en él así como en un profundo trato con los animales, fuente de inspiración mimética, melódica y rítmica. En ese sentido la música logra que cada uno se reconozca y quiera más sus propias cosas. No hay un espíritu pedagógico en Leguizamón, hay un clima geográfico, cultural y político que expresa aspectos de la problemática identidad nacional y que las personas que lo escuchen podrán reconocer. Esa escucha, no siendo entonces pedagógica, debe ser catártica, pero de una catarsis a través del humor. Solo por la vía de la risa hedónica se abre a la contemplación del espíritu esos trozos astillados que en su rara conjunción podríamos llamar -entonces- "identidad cultural".
Cuchi era, asimismo, un gran lector, un "moderno" en Salta, un hombre culto e ilustrado que provenía de la cepa interior del criollismo. Si cabe insistir aún más, prestó gran atención a las manifestaciones de todas las vanguardias artísticas, en la literatura, en la música, en la pintura y en el teatro que eran sus notables pasiones, al mismo tiempo que mantuvo el oído sumamente atento a las formas anónimas y populares de la música del noroeste y realizó- aunque escasamente conocido por ello, una amplia tarea de recopilación.
Su fuerza andariega, vital y juguetona, lo llevó a una inmersión exuberante en la vida popular, en sus fiestas y coplas. Su trato y amistad con los poetas debe destacarse como una de las pasiones decisivas de Gustavo Leguizamón. De todos ellos, Manuel Castilla fue su gran compañero artístico y de correrías nocturnas -y, dígase, etílicas- que conforman un anecdotario sutil e hilarante. Castilla al igual que Leguizamón enarbolaba sus obsesiones alrededor de la gente del pueblo, sus leyendas, los oficios, los paisajes. Tanto en Castilla como en Leguizamón hay un fuerte pensamiento filosófico, una filosofía arraigada y universal al mismo tiempo. Sus poesías condensan un enorme diálogo con la condición humana, con la finitud humana -desvelo de todas las filosofías-, al mismo tiempo que una geografía y un territorio al que no renuncian, que conocen profundamente y que los inspira infatigablemente para pensar "en la espera de lo que somos".
Leguizamón defendía insistentemente en la formación musical recostada en todo tipo de audición. Escuchaba jazz, especialmente a las cantantes negras como Billye Holliday, Sarah Vaughan, al pianista de jazz Art Tatum a quien consideraba un pianista de gran categoría, al igual que Duke Ellington quien no tenía nada que envidiarle a Toscanini. Sumamente estimulado por las músicas de Alban Berg y Schönberg, (sostenía que él no hubiera podido escribir la Chacarera de la muerte si no hubiera escuchado a Schönberg) consideraba que las recetas de la música con ellos habían estallado pero que ese hecho no debía ser considerado una línea negativa en la cultura. Para Leguizamón no habría líneas negativas en la constitución de la identidad, por el contrario proponía solazarse con esas audiciones para pensar con más libertad la música argentina. A esa libertad la formulaba así: cada artista puede ser un héroe; está obligado a ser un héroe porque es una causa que te puede llevar a pelear por todos emparentándose en esa afirmación con los filósofos románticos europeos del siglo XIX.
Respecto del folklore asediaba duramente a los que creían que es música documental y más aún los que basados en esa idea deducen que no es posible la innovación. En la música popular todos tendrían derecho a cualquier innovación y la validez de ella estaría en el talento. Para él como compositor la medida de una buena canción es si se puede cantar porque la música es fundamentalmente canto pero para que el canto fluya necesitamos libertad. Es con el dogma que se ha pensado la identidad nacional.
El músico, finalmente debe, según Leguizamón encontrar el paisaje, debe encontrar la razón de su música, olvidarse del mercado, de la industria cultural que constriñe la composición y embrutece, no contribuir a la consolidación de los privilegios, hacer el esfuerzo heroico de salir de la miseria espiritual en la que el hombre y la humanidad han seguido insistiendo y construyendo privilegios a través de esa miseria. ¿Se quiere más aporte de la música a la identidad nacional, cualquiera sea el alcance que le demos a este concepto? No hubo en este país un cuidado sobre su obra. No es nuestro país un ámbito cultural que se caracterice propiamente por ello y el reclamo a las instituciones culturales argentinas debe ser persistente en este punto, pues a pesar de las dificultades harto conocidas, nada justifica la pérdida, el abandono y la desidia en torno de los soportes materiales de la memoria.

Gustavo Leguizamón tejió con su música, un universo de sonidos y melodías absolutamente novedoso en el cual las voces antiguas entran en diálogo amoroso y artístico con la sonoridad universal. El Cuchi, tal es su apodo y por medio del cual se lo conoce, fue un filósofo de los sonidos, del mito y del humor. Nada, entonces, justifica la pérdida, el abandono y la desidia en torno de los soportes materiales de la memoria.

 

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